Era un traslado más desde el aeropuerto de Bariloche. Cinco personas que no se conocían, un par de valijas, un mate compartido sin preguntar mucho (mal ahí, pero bueno), y un conductor con muy buena onda.
Al principio silencio. Después un comentario sobre lo caro que está el alquiler de equipos. Y de a poco, como quien no quiere la cosa, cada uno empezó a largar lo suyo: una recién separada, una pareja que vino a reconectar, un chico que vino solo porque sí... y nosotros ahí, manejando, escuchando y de vez en cuando tirando una del estilo “acá el paisaje hace bien, ya van a ver”.
Para cuando llegamos a Angostura, teníamos armado un grupo de WhatsApp, un chiste interno sobre los cuernos del ciervo y un plan de cerveza para la noche. A veces no es el destino. A veces es el traslado.
“Lo que empezó como viaje incómodo, terminó en charla existencial y recomendaciones de vino. Y ni siquiera habíamos llegado al lago.”